Capítulo 9

Era imposible que Fiona de Gómez le disgustara. Así también, disfrutar la idea de que pronto tendría que alejar a Tom de ella y más aún para Emily contemplar la posibilidad de quedarse, aunque Fiona lo daba por hecho. En lo que a Mac concernía, para su madre, cuando ella volviera a casa, todos serían una familia grande y feliz.

Cuando Emily se retiró esa tarde, Fiona sujetó su mano.

—Te veré mañana, ¿verdad?

Emily sabía que era una mala idea, mas percibió la ansiedad en los ojos de Fiona, ocultó su renuencia y dijo que sí. Y así fue como Fiona la vio al siguiente día, y al siguiente.

La semana transcurrió y ya que Mac no regresó, sus visitas continuaron diariamente, y a pesar del mejor juicio de Emily, su relación empezó a florecer.

Fiona cada día se ponía más fuerte, se alejaban más con la silla de ruedas y sus caminatas por los largos pasillos del hospital se hacían más prolongadas.

—Recupero mi fuerza —le comentó alegre a Emily—, y ya puedo mantenerme al paso del pequeño travieso —su mirada cariñosa se dirigió a Tom que saltaba delante de ellas y el amor en sus ojos y el dolor que sabía que Fiona experimentaba cuando se iban, hizo que Emily se sintiera enana.

Lo peor no era su interés en Tom, sino su preocupación por la joven. Se complacía en su compañía y haciendo preguntas sobre los años de crecimiento de Emily en el Medio Oeste, sus problemas y tribulaciones durante sus años de modelaje. Estaba genuinamente interesada, se preocupaba y lamentaba que no hubiera tenido oportunidad de hacer lo mismo con el hermano de la chica, David.

—Fue un error —decía con tristeza—. Pero, ¿qué podía yo hacer? ¿Qué podía hacer?

Entonces sonreía, se forzaba a seguir y le contaba a Emily historias, historias sobre Mari y, lo peor, historias sobre Mac.

Le dolía escucharlas, lamentaba saber el punto de vista de su madre, sobre el maravilloso hijo que Mac era y el bondadoso y responsable hombre en que se había convertido. Hacía que el corazón de Emily se encogiera cuando historia sobre historia, resultaba que Mac siempre había puesto el bienestar de su familia sobre el suyo propio.

—Siempre se ha preocupado —aseguró la señora—. Desde que era pequeño, era él quien trataba de hacer lo correcto para todos.

Por supuesto que consideraba que él había hecho lo mismo por Emily y Tom.

Fiona no tenía idea de cómo estaban las cosas entre Emily y su hijo. No sabía del subterfugio que usó para llevar a Tom ahí. Pensaba que él era tan maravilloso como Emily lo creyó un tiempo, pero ella era su madre. ¿Qué más podía pensar?

Nada que Emily pudiera decirle, así que ocultó su dolor y no esclareció las cosas con Fiona.

Pasaron los días, una semana, luego dos y Mac no regresaba.

Emily tenía sentimientos confusos sobre su ausencia. Era buena porque significaba que no tenía que verlo. Y mala porque necesitaba su continua presencia para alimentar su ira. Resultaba demasiado fácil estar ahí sentada escuchando cada día a Fiona, para olvidar sus mentiras y manipulaciones, pero podría ser más sencillo creer que todo funcionaría como Fiona lo creía.

Mas no se percataba de lo complaciente que se había vuelto hasta que una tarde Fiona la miraba especulativamente y dijo:

—Tú y Alex hacen una buena pareja.

Emily se asustó y miró a la anciana.

—¡No! —estalló antes de poder detenerse. Fiona suspiró.

—¡Ah, existe alguien más!

—En rea… lidad no —concedió Emily, pues no quería mentir—. Es sólo… que no estoy de acuerdo. Somos totalmente diferentes.

—Ambos aman a Tom.

—Sí, pero…

—Y los dos desean lo mejor para él.

—Lo sé, pero…

—¿Qué podría ser mejor? —Fiona extendió sus manos ante la feliz solución a todos sus problemas. Entonces Emily negó con la cabeza.

—No es tan simple.

—¿No lo es?

—No lo creo —negó con más gentileza de la que sentía. Era sin duda la solución que Mac había elegido. Todo lo que Fiona decía de él, lo confirmaba.

Siendo Mac un modelo con respecto al deber familiar y su responsabilidad para con ella, había decidido en algún momento, después de conocerla, que tratar de quitarle a Tom a su tía no era la mejor idea. Un niño necesita una madre, una mujer que lo ame y se preocupe por él y para obtener esa mujer, el pragmático y responsable Mac le pidió que se casara con él.

¡Si sólo no le hubiera dicho que la amaba!

Emily podía comprender todas las otras mentiras, pero no esa.

¿Quién podría creer que él, el mundialmente famoso autor, talentoso y audaz ejecutivo de una corporación multinacional, pudiera enamorarse de alguien como ella?

Por supuesto que su rostro estuvo en portadas, era una sonrisa en las revistas, pero esa no era ella. ¿Y qué más de la chica podía atraerlo? Sólo tenía un año de universidad, sin alguna carrera que la apoyara ahora que había terminado de modelar, ni algo que la recomendara, excepto su bonito rostro.

Mac era lo suficientemente astuto para saberlo. Otros hombres podrían enamorarse de la mujer de cartón, pero él no.

La joven apretó los labios y luchó contra la sensación de congoja que tenía en la garganta.

—Es mejor que nos vayamos —le informó a Fiona—. Vamos, Tom —dijo al niño que jugaba con sus carritos en el suelo—. Dile adiós a tu abuelita.

—Y los veré mañana —prometió Fiona.

Tom levantó sus coches y fue a besar la mejilla de la anciana.

—¿Cuándo vas a ir a casa?

—No falta mucho —aseguró Fiona con voz alegre al contemplar la posibilidad

—. El doctor piensa que la semana próxima. Casi no puedo esperar —comentó radiante a Emily.

La chica apenas sonrió, se sintió más pequeña que nunca y escapó.

Ni siquiera debía esperar, se dijo cuando llegó a casa. No le haría ningún favor a Fiona al prolongar la agonía. Debía llevarse a Tom ahora y desaparecer. No mantendría al pie de la letra lo que le prometió a Mac, pero él no podía quejarse, no después de lo que le hizo a ella.

Sin embargo, necesitaba hacer algo. Todavía no se recuperaba y lo sabía, soñaba con él por las noches, pensaba en él durante el día y lo peor era que vivía en su casa, mirando los retratos familiares, escuchando las historias de su vida, siguiendo la rutina de su hogar.

Y no había duda de que se habituaba, igual que Tom. Si esperaba mucho más, sería imposible desarraigarlo.

Si Mac hubiera regresado, se lo diría, no le importaba si estaba o no de acuerdo, pero no había vuelto.

Y cada vez que le preguntaba a Pedro cuándo regresaría, obtenía un vago encogimiento de hombros como respuesta.

—Vendrá tan pronto como pueda —era todo lo que decía.

Bueno, Emily no se atrevía a esperar más. Debía planear su partida sin decirle, pues no tenía intención de confiar en Pedro. Él haría todo lo posible para asegurarse de que se quedara ahí hasta el regreso de Mac.

Entonces esperó hasta que él llevó a Tom a montar esa tarde, después fue al estudio de Mac y solicitó el horario de trenes.

St Alban estaba a unos cuatro kilómetros, de seguro podría obtener un taxi para que la llevara junto con Tom a la estación. Sólo tenía que esperar a que Pedro estuviera ocupado.

Él era la mano derecha de Mac, quien mantenía en marcha los negocios familiares, mientras éste escribía o buscaba a sobrinos desaparecidos y tías tutoras intratables a quienes se suponía que debía controlar hasta que el escritor regresara y se hiciera cargo.

Sí, tendría que mostrarse cautelosa con Pedro, pensó mientras agradecía al jefe de estación y colgó el auricular.

—¿Vas a algún lado? —se volvió para ver a Mac apoyado contra el dintel de la puerta.

Su corazón saltó al verlo. Toda su ira, todo su odio y sus resoluciones quedaron en nada ante las emociones que él excitaba con su sola presencia, sensaciones que no se parecían a la ira y al odio. Apretó los puños, temblorosa, tratando desesperada de controlarse.

—Sí —dijo y agradeció que su voz no temblara—. Voy a casa.

Su oscura ceja sé curvó.

—¿A casa? —lo hizo parecer como si ella no la tuviera; entonces la chica asintió.

—A los Estados Unidos. Tu madre está mucho mejor y saldrá pronto del hospital. El doctor dijo que la próxima semana y yo quiero irme.

Él tensó su mentón.

—Dijiste que te quedarías hasta que ella regresara.

—¡Eso fue hace semanas! ¡No tiene sentido quedarme más!

—No es así para Tom —susurró.

—Eso no es justo.

—La vida no es justa, Emily. —No, no lo era. Si lo fuera, ahora podría odiarlo y darle la espalda, dejarlo muerto. Parpadeó y pasó el nudo tenso en su garganta.

—¿Te han tratado mal aquí? —le preguntó con gentileza.

—Por supuesto que no.

—¿Te llevaste bien con mi madre?

—Sí.

—¿Con Pedro?

—Por supuesto.

—Entonces, ¿por qué no puedes quedarte?

—¡Tú sabes por qué!

—Por nosotros.

Ella quiso gritarle, gritar que no existía ningún "nosotros", pero no confiaba en su voz. Callada movió la cabeza y trató de ignorarlo, esperando que captara la idea y se alejara. Por el contrario, escuchó sus pisadas y sintió su proximidad.

—Bien —expresó él con suavidad. Levantó la mirada para encontrar la suya.

—¿Qué tiene eso de bueno?

—Todavía te importa, a pesar de ti misma —y sin permitirle un segundo para negarlo, cerró la distancia entre ellos, la rodeó con sus brazos y tocó sus labios con los suyos.

Fue como si la hubiera incendiado. A pesar de todo lo que sabía y no quería que sucediera, no tuvo control sobre sus sentimientos en cuanto sus labios tocaron los de ella. No importaba si le había mentido o no, si la amaba o no. Ese era el hombre a quien desafortunadamente le había dado el corazón.

¿Podrían casarse a pesar de su inicio?, se preguntaba Emily. ¿Podría tal matrimonio sobrevivir? ¿Era el amor por un solo lado y deber del otro, base suficiente para hacerlo funcionar?

Emily recordó que David le aseguró que ella lo sabría, quizá a pesar suyo, cuando conociera al hombre al que le pertenecía. Recordó que le comentó que el camino no siempre era fácil. "Pero tendrás que aceptarlo, Em. Tendrás que intentarlo", le había dicho.

Los labios de Mac se movían, duros, cálidos, persuasivos contra los suyos pidiendo una respuesta e incapaz de resistir, Emily se rindió.

Los brazos de él la apretaron, manteniéndola muy cerca, protegiéndola y cuando levantó finalmente su rostro y suspiró, descansó su frente contra la de ella.

Estremecida hasta el alma, Emily no podía decir palabra.

—¿Te quedas? —inquirió él. Ella se estremeció, se asió a su solapa y asintió, suspirando.

—Sí.

Mac le sonreía en el desayunador la mañana siguiente. Él fue con ellos en su paseo matinal. Los condujo al hospital para ver a su madre poco antes del mediodía.

Fiona, por supuesto, estaba deleitada y la mirada que dio a Emily al ver a Mac junto a ella, hablaba de su placer, pues a pesar de la objeción de la chica de que tenían poco en común, parecía que se llevaban bien.

Sin embargo, no dijo nada, ni preguntó, sólo esperó, aunque las lágrimas eran bastante reales cuando se iban, por lo que Mac se inclinó para besarla y le dijo:

—Apúrate para que salgas de aquí. Tienes que asistir a una boda.

La señora miró a Emily y ésta sólo pudo asentir y cruzar sus dedos.

—¡Oh, queridos míos! —Mac apretó su mano con fuerza y buscó la de Emily—.

Estoy tan contenta.

—Y yo también, madre —declaró Mac.

La joven esperaba que fuera verdad. Era muy frágil esa paz entre ellos y se debía más a la emoción que al buen sentido. Pero David y Mari se casaron por amor, no por razón y su matrimonio, aunque breve, fue bueno. Emily esperaba lo mejor.

Pedro esperaba en la puerta cuando regresaron.

—Todo el infierno se ha soltado en Nueva York de nuevo —informó con un gesto—. ¿Recuerdas esa fusión que Marzetti nos aseguró se haría sin un murmullo?

Ahora es un aullido…

Mac cerró los ojos.

—¡Maldición! —apretó los dedos sobre el volante y Emily vio sus nudillos emblanquecer.

—Yo puedo ir —sugirió Pedro y Mac negó con la cabeza.

—No. Yo estuve ahí cuando se hizo la propuesta. Yo fui quien habló con Blankenship y él confía en mí. Es obvio que Marzetti lo estropeó y si vamos a lograrlo, yo tengo que ir —se volvió hacia Emily—, y no quiero ir.

Ella podía verlo en sus ojos porque parecía preocupado.

—¿Ir a dónde? —preguntó Tom desde el asiento posterior y Mac se volvió hacia él.

—Tengo que ir a Nueva York hoy.

—¡Pero si acabas de llegar de ahí! —chilló Tom—. Pensé que íbamos a volar la cometa que me trajiste.

Mac hizo un gesto.

—Lo sé; eso pensé yo también —se estiró y revolvió el cabello de su sobrino, castaño y liso, como el suyo—. Cuando yo regrese y entonces también te llevaré a navegar, te lo prometo.

—¿Te apresurarás?

Los ojos de Mac volaron momentáneamente hacia Emily y el calor de su mirada la hizo arder.

—Es mejor que lo creas. No intento estar fuera un segundo más de lo que deba.

—La señora Partridge ya hizo tu equipaje —informó Pedro—, y hay un vuelo a las cuatro. Si salimos ahora, podemos alcanzarlo.

Mac asintió pesaroso.

—Bien —se volvió hacia Emily—. Tengo que hacerlo, es importante. Podría vivir de mis libros y nunca mirar atrás, pero el negocio era de mi padre. Es el medio de vida de mi madre. Es… —hizo un gesto—, un legado para ella. Mi madre no querría depender de mí, así que tengo que hacerlo por ella y por Tom. Es mi deber hacia la familia.

Emily asintió.

—Comprendo.

—Eso espero —expresó serio, luego se inclinó y la besó—. Eso espero.

La llamó desde Nueva York. Era un lío más grande de lo que imaginó. Marzetti tenía bananas en lugar de cerebro. Blankenship los amenazaba con problemas y él no tenía idea de cuánto tiempo le llevaría arreglar las cosas. ¿Lo entendería ella?

Lo hizo. Probablemente era mejor así, pensaba Emily, aunque no lo dijera.

Necesitaba tiempo para aceptar la intensidad de sus sentimientos, para ajustar su pensamiento a que algo más real surgiría de su relación.

—Comprendo —le aseguró ella.

—Ojalá —lo escuchó musitar, pero no estaba segura y antes que pudiera preguntar, él quiso hablar con Tom.

Emily no podía imaginar cuánto costarían esas continuas llamadas trasatlánticas, pero a él parecía no importarle.

El regreso de Fiona a casa fue una ocasión jubilosa, todos estuvieron ahí, excepto Mac. Este llamó un día desde Londres.

—¿Cuándo vienes a casa?—preguntó Tom.

—Pronto —prometió Mac—, y ya no veo la hora de que sea así.

—¿Y podremos volar la cometa?

—Te lo prometo —dijo Mac.

Al día siguiente cuando Emily, Pedro y Tom salieron para su paseo matinal, había un extraño coche plateado con un camión para caballos, estacionados junto a las cocheras y al establo. Emily percibió una sonrisa en el rostro de Pedro en cuanto los vio.

—¡Regresó Verónica!

¿Verónica? Antes que Emily pudiera repetir su nombre, una esbelta mujer de cabello oscuro apareció desde la esquina de los establos.

Era varios años mayor que Emily, como de unos treinta años y vestía una camisa a cuadros y jeans, que aunque manchados con lodo, parecían atestiguar su vibrante personalidad. Cuando los vio, saludó con la mano y sonrió.

—¡Pedro, estoy en casa!

—Eso veo —él los apresuraba—. Vamos, tienen que conocer a Verónica —se bajó del caballo y ella lo rodeó con sus brazos, le dio un beso y le sonrió.

—Tan apuesto como siempre —¿se sonrojaba Pedro? Emily abrió los ojos sorprendida y más aún cuando la mirada de Verónica se posó en ella.

—Tú debes de ser Emily —todavía sonreía y le ofreció su mano—. Me complace conocerte al fin. Mac me ha contado tanto de ti.

¿Al fin? ¿Mac me ha contado tanto de ti?

Emily, ausente tomó la mano que Verónica le ofrecía, curiosa por saber quién era esa mujer y cuándo charló con Mac.

Su asombro debió mostrarse, porque Verónica rió.

—Es obvio que él no te ha contado nada de mí. Soy Verónica Willard. Vivo bajando el paseo. Mi finado esposo era Geoffrey, jefe de una división de Gómez Internacional.

—Ya… veo —dijo Emily insegura; justo entonces una pequeña de cabello oscuro como de diez años salió de detrás de Verónica, quien se volvió y le dijo que se acercara.

—Esta es mi hija Lucy —Lucy, Verónica. Emily empezaba a recordar al fin algunos datos, pero Tom los captó primero.

Topper es tu caballo —le dijo ansioso a Lucy—. Es fabuloso. Fuimos a galopar esta mañana. Lo adoro cuando galopa y también va muy rápido.

Lucy, menos extravertida que su madre, apenas pudo sonreír ante tan entusiasta saludo.

—Es muy bueno —aceptó—. Debías ver a Milky Way. Es mi nuevo caballito —

los ojos de Tom se abrieron mucho.

—¿Tienes un nuevo caballito, otro?

—Sí. Lo hemos buscado mucho tiempo. Mamita dijo que iríamos hasta New Forest si era necesario y lo hicimos. Lo trajimos hoy y acabamos de ponerlo en el establo. ¿Quieres verlo?

—¡Claro! —y Tom salió detrás de Lucy.

—Bueno —dijo Verónica todavía sonriente mientras los observaba—, él debe de ser Tom y también le gustan los caballos. Lucy está loca por ellos y creo que eso significa que pronto serán amigos. Eso me gusta. ¿Tomamos una taza de té?

—Bueno… sí —aceptó Emily sintiéndose extraña con esa mujer que parecía tan cómoda ahí. ¿No debía ser ella quien sugiriera lo del té? Verónica ya se dirigía hacia la casa. Apresurándose, Emily la alcanzó.

—Quiero agradecerte por permitir que Tom montara tu caballito. Debí llamarte antes, pero nadie me dijo y…

—¡Cielos! Eso no importa. Lo que es mío, Mac puede usarlo cuando quiera. Él lo sabe. Además, Lucy y yo fuimos a Londres antes de ir a New Forest y él me lo agradeció de forma muy agradable —sonrió—. Una obra en West End y una cena en un restaurante de moda.

—¿Sí? Qué… agradable —pensó que Mac estaba en Nueva York en negocios hasta el día anterior. Era obvio que había regresado hacía algún tiempo y ni siquiera se había molestado en volver. ¿Por qué?

La respuesta era tan simple que la golpeó en plena cara. De pronto se sintió enferma.

—¡Ah! Veo que ya encontró a Verónica —comentó la señora Partridge a Emily cuando entraron en la cocina—. La señora Fiona está descansando un momento, pero pueden ir a la sala y les llevaré el té.

Verónica le agradeció muy alegre. Emily, aturdida, simplemente siguió a la otra mujer a la sala.

—¿Tú también vienes, Pedro? —preguntó Verónica y él negó con la cabeza.

—Tengo trabajo que hacer. ¿Cenarás con nosotros?

—Si me invitan —Verónica miró a Emily.

—Por supuesto —dijo Pedro antes que ella pudiera decir algo.

—Entonces, estaré encantada —se sumió en el sofá y le sonrió a Emily—. Ven a sentarte y cuéntame sobre ti. Mac dice que lo hiciste correr por su dinero con Tom.

—¿Sí? —Emily se sentó antes de caer.

—Ahora, cuéntame todo —Verónica todavía sonreía.

Emily no pensó ser atraída por una mujer que llegara al hogar de Mac y que pareciera pertenecer ahí, pero así fue.

Después de todo, esa noche se preguntó, cuando se alistaba para ir a la cama,

¿qué había en ella que no le agradara?

Verónica era encantadora, charlaba con facilidad, poseía un delicioso sentido del humor y lo que más impresionó a Emily, fue su negativa a tomar a Mac en serio.

—Él trabaja muy duro —le había dicho a Emily cuando caminaban por el jardín después de cenar—. Le digo que lo deje.

—¿Y te escucha? —quiso saber Emily. Verónica levantó los hombros.

—A veces, pero está profundamente involucrado. Piensa que debe llevar el mundo sobre los hombros.

—Sí —murmuró Emily—. Sé lo que quieres decir.

—Él se preocupa por todos, pero nunca por sí mismo —decía Verónica y ahora no sonreía. Se detuvo, cortó una margarita y sus dedos recorrieron los pétalos mientras la miraba. Luego levantó la vista y encontró la sorprendida expresión de Emily—. Él merece mucho más. Él merece ser feliz.

Y Emily, asombrada ante la ferocidad en la mirada de Verónica, en su tono, no pudo más que asentir. Esta sonrió de nuevo, con tristeza.

—Me complace que comprendas lo que quiero decir.

Lo comprendió. Vio la facilidad con que Mac levantó a Verónica en un abrazo cuando llegó a casa la tarde siguiente. Por supuesto, se dijo Emily, Verónica estaba en el camino cuando él llegó, pero cuando Emily salió a la terraza, él todavía la sostenía en sus brazos y le daba otro apretón antes de ir hacia Emily.

Su acercamiento la hizo tensarse. Vio que fruncía el entrecejo y después proseguía mas despacio y le daba un casto beso en la frente. Quiso poner su brazo en torno suyo y ella se retiró.

El resto del día atestiguó el trato afectuoso entre Mac y Verónica. Se percató de la forma en que corrían sus caballos y reían cuando el de Verónica venció al de Mac, se dio cuenta de que Verónica podía conversar con facilidad sobre Marzetti y Blankenship y escuchaba cuando Mac hablaba de forma cómoda y extensa sobre la recuperación de su madre.

Y si eso no fuera suficiente, fue más y más consciente de su incomodidad con ella. Estaba un poco distraído, distante y su conversación con Emily parecía tener la fragilidad de un cascarón de huevo.

Había un contraste entre la forma en que trataba a Verónica y a Emily, pero si hubiera tenido alguna esperanza de estar equivocada, Lucy lo resolvió la tarde siguiente cuando ella y Tom jugaban croquet.

Se llevaron muy bien desde la comida, Lucy en su papel de mayor lo aconsejaba, asegurándose de que Tom aprendía las reglas y se atenía a ellas. Pero la tolerancia del pequeño para las chicas autoritarias se terminó antes que el juego y empezó a golpear las pelotas para irritarla.

—¡Deja de hacer eso! —exigió Lucy—. Detente ahora. Así no se juega.

—Yo juego a mi manera —se defendió Tom, obstinado y golpeó otra.

Emily los observaba desde una silla del jardín dudando si debía intervenir, pero lo pensó mejor.

—No puedes —espetó Lucy—. Así no son las reglas.

—Yo hago mis propias reglas —aseguró Tom, terco.

—No puedes.

—Sí puedo.

—¡No!

—Sí puedo —golpeó otra pelota y Lucy le quitó el mazo de la mano.

—¡Oye! —el niño le gritó y ella corrió—. Regrésamela, ¡es mía!

—No, no lo es. Es de Mac.

—Sí —concedió Tom, todavía persiguiéndola—, pero él es mi tío.

Lucy soltó un resoplido, se afirmó sobre el suelo, puso las manos en sus caderas, mientras su cabello flotaba.

—Podrá ser tu tío, pero va a ser mi papito.

Tom se quedó quieto.

—¿Sí? —Lucy movió la cabeza.

—Por supuesto. ¿Qué crees? Él adora a mamita.

Nunca supo lo que Tom pensaba, porque en ese momento la señora Partridge apareció en la puerta con un plato lleno de bizcochos y vasos de leche.

—Tiempo para un descanso —sugirió y las discusiones se olvidaron. Tom y Lucy salieron corriendo.

Emily, quién había visto con claridad, no se movió.

Por supuesto que todo teñía sentido.

Eran perfectos uno para el otro: Mac y Verónica. Mac en los treinta y cinco y Verónica uno o dos años más joven, ambos talentosos y bien educados, los dos con los mismos antecedentes, intereses y deseos. Emily era una americana, ocho años más joven, menos educada y refinada.

Así que, ¿por qué casarse con Emily? Por deber y responsabilidad.

Emily podía amarlo, a pesar de sí mismo y de ella misma. Se casaría con él por ese amor, pero Mac no lo haría por amor sino por deber, aun amando a Verónica.

¡No! No, pensó Emily, desesperada. ¡No de nuevo!

Verónica no parecía la clásica "otra mujer". No era malvada ni maliciosa con Emily. Sólo había insinuado que Mac no debía casarse por deber, pero no se había interpuesto en su camino. Eso no lo haría.

¿Estaría ahí por Mac, aunque él se casara con Emily? ¡No soportaba pensar en eso!

Esa noche, sola en su lujosa cama, Emily supo que ni siquiera podía pensar en casarse con Mac. Los sueños eran sólo eso, sueños, fantasías y nada más. La realidad era que él amaba a otra mujer y estaba a punto de casarse con Emily para cuidarla, cuidar de Tom y su madre.

No, ella no podía casarse con él.

Ya era arriesgado cuando pensó que, a pesar de su mal comienzo, podrían hacerlo funcionar, que existía una ligera oportunidad de que ese hombre llegara a amarla. Ahora lo sabía. Mac amaba a Verónica y él los haría desdichados a todos al casarse con Emily, ¡a menos que lo detuviera! Tenía que irse, era lo que había planeado desde el principio, mas si esa era su decisión original, para Tom no lo era.

En unas cuantas semanas se convirtió en devoto de su abuela. Adoraba a Mac, quien tomó el lugar de su padre; le gustaba estar con Pedro, mas guardaba su devoción para su tío. La mayoría de sus oraciones empezaban con "el tío Mac esto", "el tío Mac aquello". Correteaba detrás de Mac cuando estaba en casa.

También se había acoplado en la vecindad. El jardinero le permitía ayudarlo a plantar, el chico del establo le dejaba poner la brida a los caballitos.

La señora Partridge le daba bocadillos cuando pasaba por la cocina. En Eric tenia a su mejor amigo y la familia de él prácticamente lo había adoptado como propio.

El día anterior Verónica le dio una lección de equitación y en pocas horas se convirtió en su devoto esclavo. Si había alguien con quien no estuviera en total embeleso, era Lucy. Con frecuencia peleaban, pero Emily recordaba sus peleas con su propio hermano; también recordaba lo mucho que amaba a David y todavía lo extrañaba.

Una hora antes, Tom se sentó en la orilla de su cama y enterró un dedo en la alfombra antes de mirarla con sus enormes ojos.

—Eric es afortunado —le comentó. Emily dejó la camisa y el pantalón de mezclilla en la canasta de la lavandería.

—¿Por qué?

—Tiene un hermano y una hermana. Me gustaría tener un hermano o una hermana.

¿Le gustaría que Lucy fuera su hermana? Emily se lo preguntaba ahora. ¿Y los otros hijos que Mac y Verónica pudieran tener?

Pensarlo lanzó una puñalada de dolor a su corazón. Debía irse, pues no tenía opción.

Pero, ¿y Tom? Deseaba que su decisión fuera tan simple como antes; sin embargo, la vida que ella llevaría en los Estados Unidos estaba lejos de ser tranquila.

Quería regresar a la universidad, estudiar inglés, aprender cómo enseñarlo como segunda lengua. Representaría arduo trabajo y largas horas. Tenía dinero para lograrlo, pero no podría darle a Tom el tipo de vida que ella deseaba que tuviera; no, durante varios años. Antes de conocer a la familia Gómez, estaba segura de que sus medios de vida serían preferibles a un ambiente amargo, con dolor, que creía ellos le darían.

Ahora sabía que no era verdad. Deseaba que Tom también quisiera irse, pero odiaba que él fuera tan desdichado como ella.

Por primera vez en meses, podía percatarse de que Tom era feliz. Se iba a la cama cantando, despertaba sonriente y estaba cómodo, bien adaptado, amado. De nuevo vivía el tipo de vida que David y Mari hubieran querido para él y lo único que no se ajustaba en su vida era su tía.

Y al comprenderlo, Emily supo lo que tenía que hacer.

Esperó hasta la siguiente tarde cuando Fiona dormía la siesta y Mac y Pedro habían ido a Londres para una reunión de negocios. Charló amigablemente con la señora Partridge sobre el menú de la cena, escuchó al mozo que le contaba lo bien que iba Tom con su monta, caminó por última vez entre las margaritas que rodeaban el jardín. Luego empacó sus cosas, escribió a Mac una nota de despedida, llamó un taxi y se fue. No hizo una cosa: llevarse a Tom.